El primer análisis tras la vuelta de las vacaciones de Semana Santa podría ser el del retorno a la rutina, a la normalidad, inicio de trimestre escolar y regreso de la actividad política y empresarial. Esta semana, en efecto, han vuelto al trabajo miles de empleados “no esenciales” sin posibilidad de teletrabajar que llevaban dos semanas “hibernando” por decisión del Gobierno. Además, estos días también se ha retomado la actividad parlamentaria, y por todo lo alto, con el primer Pleno con sesión de control al Gobierno en más de un mes, además de la intervención del ministro Salvador Illa en la Comisión de Sanidad, que ahora es semanal.
Pero no, no se puede hablar de vuelta a la normalidad. No con más de 500 fallecidos diarios y entierros con aforo de tres personas. Es lo que algunos políticos parecen no recordar algunas veces, cuando los reproches y la tentación de buscar rédito político de la situación actual sustituyen al trabajo en equipo. También, cuando actúan con desconfianza o con falta de la lealtad recíproca que los ciudadanos les exigen. Aunque el Pleno en el Congreso del miércoles fue prácticamente monográfico sobre la COVID-19, quienes están al otro lado de la pantalla no perciben soluciones, sino encono de la situación política y pocas ganas de colaborar para salir de la crisis sanitaria ahora y de la económica más tarde.
Por lo demás, la semana ha transcurrido entre aviones que vienen de China con mascarillas y tests y los esfuerzos de la Administración, con el Instituto de Salud Carlos III a la cabeza, por encontrar más instalaciones para realizar las pruebas del coronavirus, muchas veces chocando con la burocracia.
La próxima semana volveremos al Congreso. El día 22 ya está reservado por si Pedro Sánchez tiene que pedir a la Cámara Alta una nueva prórroga del estado de alarma, algo más que previsible, que anunciará el fin de semana, como ya es costumbre.
En el plano internacional hay que celebrar la salida del hospital del primer ministro británico, Boris Johnson, que se ha llevado un buen susto por culpa del SARS-CoV-2, que le llevó hasta la UCI y a una situación que, tal y como él mismo ha declarado “podía haber ido hacia un lado o hacia otro”. Seguro que no vuelve a comparar el coronavirus con un resfriado.
Al otro lado del Atlántico, Donald Trump está muy enfadado por la pandemia y lo ha pagado con la Organización Mundial de la Salud, a la que acusa de prochina y a la que ha retirado la financiación. Mientras, los ciudadanos estadounidenses se enfrentan al virus, pero ya están recibiendo en sus buzones el cheque de 1.200 dólares que les envía su Gobierno para que se les haga más llevadero. No hay que olvidar que votan en noviembre.