A muy corta edad
soñaba ya con su nombre,
con llegar a ser un epónimo,
(tal es su vanidad, musitaban sus oyentes),
mejor que una fundación o placa de una estatua en su honor,
añadía, ante las camufladas sonrisas de la escolar audiencia,
en el mercado central de los imposibles.
Sin mirar el reloj, descubrió que había llegado la hora.
Con paso firme y sin mirar al suelo
avanzó lentamente hacia el abismo de la incertidumbre.
Fue observado, analizado, enseñado.
Observó, analizó, aprendió.
Se unió en círculo a sus observadores, analistas y maestros
pasando a ser parte de una cadena
de producción
que llevó al éxito
gracias al apoyo de millones de anónimos pobladores.
Su nombre fue uno más de una larga lista
de personas, entidades, oenegés y gobiernos
que contribuyeron al resultado.
Un nombre por cierto jamás citado.
mas al término del caos,
millones de agradecidos pensamientos
bailando como estrellas danzarinas
inundaron para siempre el Universo.
Los equipos de limpieza,
barriendo infodemias,
distinguían,
al mirar al cielo
junto a muchas otras,
su satisfecha sonrisa.
Madrid, en tiempos de la COVID-19
