Con un frío invierno que aprieta tras el cristal, observo desde la ventana de mi cafetería favorita un grupo de jóvenes. Imposible no echar la vista atrás, apelar a los recuerdos y reflexionar sobre mis “tiempos” adolescentes y ese ansia de futuro que me caracterizaba. Si diciembre suele ser un mes de balance, enero lo es de propósitos y nuevas metas.
Mientras revuelvo con la cucharilla el café, paso las hojas de mi agenda, y las efemérides – que aunque aparecen en letra pequeña me revelan un Día Mundial GRANDE- señalan el próximo 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Una fecha señalada por la OMS con el propósito de concienciar sobre la brecha de género en los sectores de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, y sobre la importancia de impulsar nuevas iniciativas que den visibilidad a las mujeres científicas, combatir estereotipos y animar a las jóvenes a estudiar carreras vinculadas a las ciencias.
Vuelvo a levantar mi mirada hacia la calle, y me pregunto ¿qué oportunidades deparará la vida a estas jóvenes? ¿Habrán aprendido de su familia lo que significa el sacrificio? Y, lo más importante, ¿les estamos ofreciendo las suficientes herramientas para adquirir el lugar que les corresponde, de la mano de una cultura del trabajo necesaria para llegar allá adónde ellas quieran? ¿Con qué ojos verán su futuro?
Haciendo repaso de tantas y tantas publicaciones e informes publicados en 2021, rescato el publicado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, con datos y conclusiones muy valiosas en el que se aborda este tema y que como sociedad debería mínimamente interesarnos.
En 2019-2020 se registraba un ligero ascenso respecto a los últimos cinco años en cuanto a las alumnas mujeres matriculadas en estudios de grado y primer y segundo ciclo relacionados con la Ciencia, representando así el 56% del total. Cifras positivas, pero respecto a las que se concluye que hay que continuar realizando esfuerzos no solo por mantenerlas sino por incrementarlas. Por supuesto, también, en el mercado laboral, donde las condiciones afectan de manera directa al pleno desarrollo de sus carreras, y por consiguiente a la pérdida para el sector de grandes investigadoras y de su plena participación y contribución, así como del acceso a puestos de responsabilidad.
El talento no entiende de género. Esta reflexión me evoca a la obra de la escritora Rosa Montero, `La ridícula idea de no volver a verte´. Un libro exquisito donde narra de manera excepcional la vida de Marie Curie, su sacrificio y la lucha por un reconocimiento “tardío” que le valieron, finalmente, dos Premios Nobel por sus descubrimientos en torno a la radioactividad. Una experiencia profesional en la que rendirse no tuvo cabida, y la cual invita a ser leída para que las jóvenes con aspiraciones en este sector tan prometedor comprendan que tarde o temprano, y con dedicación, todo profesional encuentra su oportunidad y sitio donde desarrollarse.